Vivió el sueño dorado de Hollywood: prestó su rostro a piratas, vikingos, soldados, trapecistas, gladiadores y pintores de fama universal. Cuando los pilotos de grabación se encendían, conseguía que todos olvidaran su verdadero nombre.
El resplandor de los focos no consiguió desdibujar los momentos duros: sus orígenes humildes y las duras batallas que libró contra la enfermedad. En 1996, Kirk Douglas padeció un ictus que le dejó uno de los lados del rostro paralizado y silenció su voz durante un tiempo que se le hizo interminable.
En 2005 se empeñó en someterse a una doble operación de rodilla para poder volver a caminar, en contra de la opinión de los médicos, que lo desaconsejaron por su avanzada edad y volvió a salir airoso. Aludió a sus tiempos de combatiente contra el nazismo, asegurando que querría celebrar su centenario viendo la caída de Trump pero se ha marchado antes de que llegara el cambio.